Recibir la confianza de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas es una enorme responsabilidad para cualquier partido político, además de un honor para quienes han encabezado las listas electorales que han obtenido este respaldo. Es precisamente, la responsabilidad la que tiene que mantener a las personas elegidas por los ciudadanos para que los representen, la que ha de mantenernos a los políticos, con los pies en el suelo, a ras de tierra.
Que los ciudadanos te voten y te pongan al frente de un Gobierno no puede nunca ser utilizado para ir en contra de lo que les proponías antes de ser elegido, como viene haciendo el Gobierno de España del PP desde el primer Consejo de Ministros que ha presidido en la actual Legislatura.
Desde el día 22 de mayo de 2011 el PP ha venido acumulando mucho poder, el que respetando las reglas del juego le han confiado los electores a través de las urnas. Esto es un hecho indiscutible, igual que lo es que el PSOE en Andalucía haya tenido el respaldo de la mayoría de los andaluces sin "ocupación del poder y de las instituciones" como Arenas afirmó en el Congreso Nacional del PP, el pasado 20 de febrero, descalificando sin inmutarse lo decidido en las urnas por los ciudadanos.
Hay que reconocer la realidad por mucho que fastidie a quienes durante las últimas tres décadas jamás han sido capaces de ganarse la confianza mayoritaria de sus paisanos andaluces.
Seguramente, no todas las personas que han votado al PP comparten con este partido todas sus posiciones en los asuntos públicos. No vivimos en una sociedad de pensamiento único, algo que nos hace aprender día a día, crecer y enriquecernos a través del debate, el diálogo y la empatía con quienes piensan diferente a nosotros. Estoy seguro de que el PP es consciente de esta diversidad ideológica pero tiene serias dificultades para saber leer lo que quieren los ciudadanos, algo fundamental para ejercer un buen Gobierno.
La mayoría absoluta no legitima a un político para suplantar a los ciudadanos y ciudadanas, te legitima para representarlos y, para ello, has de ser fiel a las propuestas por las que te dieron su confianza y has de atender a lo que los ciudadanos y ciudadanas te dicen en la calle.
“Todo para el pueblo, pero sin el pueblo” era el sistema político que funcionaba hace 300 años, con el despotismo ilustrado, pero en pleno siglo XXI los españoles tenemos la suficiente madurez democrática como para que nuestro Gobierno no actúe con paternalismo, sino como verdadero órgano de representación de los ciudadanos y ciudadanas, que atiende sus necesidades y es fiel a los principios por los que fueron elegidos.
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