Que el presidente del Gobierno y candidato a la reelección por el Partido Popular no quiera participar en los debates que se han propuesto con otros candidatos para abordar los problemas reales de este país, pone de manifiesto hasta dónde piensa llegar Mariano Rajoy para esconderse, todo lo que pueda y más, durante estas tres semanas y algo que quedan hasta el 20 de diciembre.
Lo que parece claro es que debe de darle tanto pavor enfrentarse al espejo en el que se vea reflejada la brecha de la desigualdad que ha crecido en la sociedad española durante sus cuatro años de mandato que, por eso, decide enviar a su vicepresidenta, a Soraya Sáenz de Santamaría, a debatir lo que él es incapaz de defender. Es más, un candidato que huye de los debates de esta manera pero que sí tiene tiempo de comentar partidos de fútbol no merece seguir siendo presidente del Gobierno.
Ahora, cuando llega la hora de la verdad, vemos a un presidente que se da a la fuga al escuchar la palabra debate. Que no quiere, ni por asomo, oír hablar de la sanidad, la educación o la dependencia, de aquellas cosas en las que ha metido la tijera con determinación. Verse en esa tesitura le ha hecho correr en sentido contrario al de la puerta de los debates, de la democracia; en definitiva, del respeto a los millones de españoles y españolas que se merecen a un presidente que dé la cara, que esté a las duras y a las maduras.
Como eso no va a ser así, lo que nos espera es esa campaña del miedo que ha comenzado a orquestar la derecha para combatir las ansias de cambio que mayoritariamente desea la ciudadanía y que se sustenta en la figura del candidato socialista, Pedro Sánchez; al que le sobran ganas de debatir y de acercarse a la gente para trasladar nuestro compromiso frente a la desigualdad y el paro. De ahí que las primeras medidas que ha anunciado que pondremos en marcha los socialistas, si recibimos el respaldo de las urnas, vayan encaminadas en esa dirección, poniendo el acento en la reindustrialización, la agroindustria, el empleo digno y la derogación de la reforma laboral.
Además, el compromiso que hemos adquirido los socialistas en nuestro programa electoral pasa por erradicar en cuatro años la pobreza infantil, aprobando un Ingreso Mínimo Vital dirigido principalmente a los hogares sin ningún tipo de ingresos. También subiremos el salario mínimo interprofesional - en un plazo de dos legislaturas - hasta el 60 por ciento del salario medio neto, lo que supondría llevarlo desde los actuales 648 euros al mes en 14 pagas a alrededor de 1.000 euros; convertiremos las becas en derechos y a acabaremos con el copago farmacéutico. De la misma manera, impulsaremos una reforma constitucional, no sólo para reconstruir la convivencia, sino también para blindar la sanidad y la educación, tal y como se está haciendo en Andalucía de la mano del gobierno que preside Susana Díaz.
Pero lo que los españoles necesitan también, de manera imperiosa, es que nadie les engañe más, un gobierno que no les mienta y que llame a las cosas por su nombre. A un presidente que no llame ‘austeridad’ a los recortes en el Estado del bienestar o ‘regularización de activos ocultos’ a la amnistía fiscal. A un jefe del Ejecutivo que se muestre fuerte ante los cantos de sirena de la derecha europea y la especulación, que ponga pié en pared a todo lo que huela a desacreditar los servicios públicos en beneficio de los intereses privados. España, en definitiva, necesita a Pedro Sánchez.
Lo que parece claro es que debe de darle tanto pavor enfrentarse al espejo en el que se vea reflejada la brecha de la desigualdad que ha crecido en la sociedad española durante sus cuatro años de mandato que, por eso, decide enviar a su vicepresidenta, a Soraya Sáenz de Santamaría, a debatir lo que él es incapaz de defender. Es más, un candidato que huye de los debates de esta manera pero que sí tiene tiempo de comentar partidos de fútbol no merece seguir siendo presidente del Gobierno.
Ahora, cuando llega la hora de la verdad, vemos a un presidente que se da a la fuga al escuchar la palabra debate. Que no quiere, ni por asomo, oír hablar de la sanidad, la educación o la dependencia, de aquellas cosas en las que ha metido la tijera con determinación. Verse en esa tesitura le ha hecho correr en sentido contrario al de la puerta de los debates, de la democracia; en definitiva, del respeto a los millones de españoles y españolas que se merecen a un presidente que dé la cara, que esté a las duras y a las maduras.
Como eso no va a ser así, lo que nos espera es esa campaña del miedo que ha comenzado a orquestar la derecha para combatir las ansias de cambio que mayoritariamente desea la ciudadanía y que se sustenta en la figura del candidato socialista, Pedro Sánchez; al que le sobran ganas de debatir y de acercarse a la gente para trasladar nuestro compromiso frente a la desigualdad y el paro. De ahí que las primeras medidas que ha anunciado que pondremos en marcha los socialistas, si recibimos el respaldo de las urnas, vayan encaminadas en esa dirección, poniendo el acento en la reindustrialización, la agroindustria, el empleo digno y la derogación de la reforma laboral.
Además, el compromiso que hemos adquirido los socialistas en nuestro programa electoral pasa por erradicar en cuatro años la pobreza infantil, aprobando un Ingreso Mínimo Vital dirigido principalmente a los hogares sin ningún tipo de ingresos. También subiremos el salario mínimo interprofesional - en un plazo de dos legislaturas - hasta el 60 por ciento del salario medio neto, lo que supondría llevarlo desde los actuales 648 euros al mes en 14 pagas a alrededor de 1.000 euros; convertiremos las becas en derechos y a acabaremos con el copago farmacéutico. De la misma manera, impulsaremos una reforma constitucional, no sólo para reconstruir la convivencia, sino también para blindar la sanidad y la educación, tal y como se está haciendo en Andalucía de la mano del gobierno que preside Susana Díaz.
Pero lo que los españoles necesitan también, de manera imperiosa, es que nadie les engañe más, un gobierno que no les mienta y que llame a las cosas por su nombre. A un presidente que no llame ‘austeridad’ a los recortes en el Estado del bienestar o ‘regularización de activos ocultos’ a la amnistía fiscal. A un jefe del Ejecutivo que se muestre fuerte ante los cantos de sirena de la derecha europea y la especulación, que ponga pié en pared a todo lo que huela a desacreditar los servicios públicos en beneficio de los intereses privados. España, en definitiva, necesita a Pedro Sánchez.
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