El científico Stephen Hawking está convencido de que el Universo es producto de una singularidad y que ni en su nacimiento ni en su desarrollo ha habido intervención divina alguna. Desde que la raza humana reflexiona sobre sí misma y sobre su entorno, la pregunta sobre nuestro propio origen y hacia dónde nos dirigimos ha estado presente en todas las culturas, desde la antigüedad hasta hoy en día. Mientras la ciencia ha ido dando pasos firmes en la resolución de las cuestiones fundamentales, la religión - cualquiera de ellas - ha intentado contestar a estas cuestiones solo desde un punto de vista existencial o moral, otorgando a una o varias deidades la exclusividad sobre la creación y el discurrir por la tierra de nuestros antepasados y de todos los que nos sucederán. Así ha sido desde el principio de los tiempos y en muchas sociedades, consideradas avanzadas, lo sigue siendo.
La mayoría de las confesiones religiosas, si no todas, han dado muestras fehacientes a lo largo de la historia de que han ido muchos años por detrás de la realidad, lo que ha terminado por cansar a mucha gente. La imposición de la fe, de una creencia, sigue siendo en la actualidad uno de los grandes déficit que padece nuestra civilización. La fe se tiene o no se tiene, es una opción personal y nunca puede ser una imposición. Por eso, quiero expresar mi más absoluto respeto a todas las personas que profesan una creencia, pero también mi respeto para las que no lo hacen. Y aquí creo que está la clave, en el respeto mutuo, de ida y vuelta.
En España, la poderosa influencia de la Iglesia católica siempre ha estado muy presente. La abrumadora voz de la Conferencia Episcopal se “cuela” constantemente, de la mano de la derecha, en asuntos como la Educación, la Sanidad o la Igualdad. Lo hizo durante la dictadura y lo ha seguido haciendo en la democracia. La renovada injerencia de la Iglesia en el poder legislativo, a raíz de la victoria del PP en las urnas, nos vuelve a alertar de las consecuencias directas que pueden tener sus dictados en la libertad, la igualdad o en los derechos recientemente conquistados si cuenta, como es el caso, con la complicidad de un Ejecutivo que gobierna desde la imposición y no desde el respeto mutuo.
A cuestiones como la educación para la ciudadanía o el matrimonio entre personas del mismo sexo que han sido perseguidas hasta la extenuación por la derecha y la Iglesia o la Iglesia y la derecha, se une ahora la reforma que pretende llevar a cabo el Gobierno de Rajoy de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) bajo la presión de la jerarquía eclesiástica. Todas estas demonizaciones, de los avances que hemos conseguido en este país, se presentan sin ningún rubor al amparo de creencias religiosas, de cuestiones de fe que deberían quedar al margen de las decisiones de un gobierno que tiene que hacer valer que nuestro país, el país de todos, sea un estado aconfesional.
Esta más que visible influencia interfiere en el desarrollo y en el alcance de las libertades ideológicas y religiosas que reconoce nuestra Constitución y detrae el derecho de la mujer a elegir libremente sobre cuestiones relativas a su sexualidad y maternidad. Dejemos, por lo tanto, que los obispos gobiernen en los templos y que el Gobierno, elegido democráticamente, legisle para todos los ciudadanos sea cual sea - en el caso de que la tengan- su creencia religiosa. En ese estado de las cosas, a los dirigentes religiosos lo que debería preocuparles realmente no es lo que legisla el Gobierno sino más bien lo que hacen sus fieles, sería mejor para todos.
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