Cunde entre la derecha, especialmente entre los medios más acérrimos al Gobierno del PP, la idea de que la mayoría absoluta conseguida por Rajoy en las últimas elecciones generales le otorga una autoridad moral indiscutible frente a las irregularidades que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y la justicia vienen investigando desde hace meses sobre lo que se ha estado cocinando a fuego lento en la sede de Génova.
En ese “durante muchísimos años” es ilusorio pensar que todos los responsables pasados y actuales del PP no tuvieran conocimiento de lo que estaba ocurriendo, máxime si también, tal y como ha subrayado Bárcenas en sede judicial, eran beneficiarios algunos de ellos y de ellas de ese espectacular dispendio. Todo esto es lo que se pretende esconder, lo que esa derecha mediática, con la complicidad del Gobierno, pretende ocultar.
Así, el mensaje que se intenta inocular en la sociedad española es triplemente perverso, puesto que deja entrever que los resultados electorales redimen cualquier comportamiento ilegal, excusa a sus responsables de ofrecer explicaciones y confiere a la justicia un papel secundario en lo que pueda o no investigar con relación a lo ocurrido.
Esta línea argumental del descrédito de la política y de la justicia no es nueva. La ha empleado Silvio Berlusconi con una inusitada destreza durante años en Italia, un país en el que la izquierda y la derecha moderada se han asomado al precipicio de sus propias convicciones empujadas por un imperio mediático ultraconservador que ha librado una feroz batalla contra las instituciones y sus representantes. La continuada apología desenfrenada contra el sistema ha conseguido despojar a los italianos de referentes ideológicos hasta situar al Estado en el punto de mira del enemigo a batir.
Este mismo demoledor escenario, en el que como en un puzle todas las piezas comienzan a encajar, se presenta en nuestro país amparado por una derecha radical que pretende utilizar a los ciudadanos como conejillos de indias en su megalómano proyecto de derribo de todos y cada uno de los derechos conseguidos en estos años de democracia. De sus viscerales ataques a los sindicatos - más allá de que quien haya cometido una fechoría la pague - a los desempleados o a la educación pública, se desprende la idea que manejan entre ceja y ceja: adocenar a una sociedad atenazada por el miedo y la incertidumbre bajo la premisa de que sin referentes sociales solo sobrevivirá el poder económico.
Por eso, hoy más que nunca, hemos de estar alerta a todas estas señales, a todos estos movimientos que no son ni casuales ni inocentes. Parten de una estrategia perfectamente orquestada y diseñada a la que tendremos que hacer frente con todas nuestras convicciones. Y ahí nos van a encontrar. En esa lucha, los socialistas no cejaremos en el empeño de denunciar y pelear contra todos estos movimientos ultra liberales que campan a sus anchas en España, pero también por una Europa que, en muy pocos meses, tendrá que enfrentarse a sus propios miedos en la cita electoral del próximo mes de junio.
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