La Constitución Española ha cumplido 40 años en tiempos convulsos. La irrupción de la extrema derecha en el Parlamento de Andalucía con 12 diputados, como resultado de las elecciones del pasado domingo, ha puesto contra las cuerdas a la derecha convencional y la obliga a retratarse. En este nuevo escenario no hay lugar para medias tintas: o se está con la Constitución o se está contra ella. O se está con las libertades o se está en contra de ellas. La cómoda indefinición en la que ha venido nadando la derecha tradicional andaluza durante décadas ha terminado.
Para hacerse más fácil la toma de una decisión que parece que le está costando, la derecha que se llama a sí misma constitucionalista haría bien en echar la vista atrás. En la Transición, políticos que habían luchado desde diferentes ideologías fueron capaces de unirse por el interés de España y poner en pie una Carta Magna que le ha dado a nuestro país sus mejores años. Aquellos padres de la Constitución tuvieron una amplitud de miras y una generosidad que nadie debería perder de vista.
Ante los desafíos que tenemos por delante, los que nos llamamos defensores de la Constitución tenemos la obligación de demostrarlo, no sólo con nuestras palabras, sino también con nuestros hechos. Con la irrupción en el Parlamento andaluz de una extrema derecha cuyos postulados se sitúan claramente al margen de la Constitución, no se puede hacer la vista gorda.
Ni el Partido Popular ni Ciudadanos pueden hacer como si Vox no estuviera ahí. Si los resultados electorales hubieran sido otros, quizá habrían podido disimular durante un tiempo, pero la aritmética ha querido convertir a Vox en un colaborador necesario para que cualquier medida de PP y Ciudadanos salga adelante, puesto que ellos dos solos no suman una mayoría absoluta. Si quiere gobernar Andalucía, el PP andaluz necesitará a la ultraderecha de Vox como colaborador activo en cada una de las votaciones del Parlamento.
Este panorama también obliga al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, a tomar partido y colocarse de un lado o de otro en la defensa de la democracia. Tendrá que decir si prefiere ser como el presidente francés, Emmanuel Macron, que hizo frente a Marine Le Pen, o si prefiere ser como el vicepresidente italiano y líder de la Liga Norte, el extremista Matteo Salvini.
El PSOE —el partido que ha vuelto a ganar las elecciones andaluzas, aunque a algunos les moleste— tiene la responsabilidad de liderar el diálogo para conformar un nuevo gobierno. Y los partidos que se llaman constitucionalistas tendrán que decir si están dispuestos a blanquear y normalizar a la extrema derecha sólo para tocar poder o si van a aislar a los que tienen planteamientos alejados de la democracia, como hace la derecha moderada en otros países europeos.
Ojalá que los políticos que dirigen a las derechas de hoy estén a la altura y sean capaces de anteponer a sus intereses personales el interés general de la ciudadanía.
Para hacerse más fácil la toma de una decisión que parece que le está costando, la derecha que se llama a sí misma constitucionalista haría bien en echar la vista atrás. En la Transición, políticos que habían luchado desde diferentes ideologías fueron capaces de unirse por el interés de España y poner en pie una Carta Magna que le ha dado a nuestro país sus mejores años. Aquellos padres de la Constitución tuvieron una amplitud de miras y una generosidad que nadie debería perder de vista.
Ante los desafíos que tenemos por delante, los que nos llamamos defensores de la Constitución tenemos la obligación de demostrarlo, no sólo con nuestras palabras, sino también con nuestros hechos. Con la irrupción en el Parlamento andaluz de una extrema derecha cuyos postulados se sitúan claramente al margen de la Constitución, no se puede hacer la vista gorda.
Ni el Partido Popular ni Ciudadanos pueden hacer como si Vox no estuviera ahí. Si los resultados electorales hubieran sido otros, quizá habrían podido disimular durante un tiempo, pero la aritmética ha querido convertir a Vox en un colaborador necesario para que cualquier medida de PP y Ciudadanos salga adelante, puesto que ellos dos solos no suman una mayoría absoluta. Si quiere gobernar Andalucía, el PP andaluz necesitará a la ultraderecha de Vox como colaborador activo en cada una de las votaciones del Parlamento.
Este panorama también obliga al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, a tomar partido y colocarse de un lado o de otro en la defensa de la democracia. Tendrá que decir si prefiere ser como el presidente francés, Emmanuel Macron, que hizo frente a Marine Le Pen, o si prefiere ser como el vicepresidente italiano y líder de la Liga Norte, el extremista Matteo Salvini.
El PSOE —el partido que ha vuelto a ganar las elecciones andaluzas, aunque a algunos les moleste— tiene la responsabilidad de liderar el diálogo para conformar un nuevo gobierno. Y los partidos que se llaman constitucionalistas tendrán que decir si están dispuestos a blanquear y normalizar a la extrema derecha sólo para tocar poder o si van a aislar a los que tienen planteamientos alejados de la democracia, como hace la derecha moderada en otros países europeos.
Ojalá que los políticos que dirigen a las derechas de hoy estén a la altura y sean capaces de anteponer a sus intereses personales el interés general de la ciudadanía.
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