Los españoles tendremos que volver a pasar por las urnas el próximo 10 de noviembre por la cerrazón de tres líderes políticos, que han hecho oídos sordos a lo que la ciudadanía pidió el 28 de abril. De aquellas elecciones salió un claro ganador, el Partido Socialista Obrero Español, aunque los números obligaban a un acuerdo con otros partidos para conseguir la formación del gobierno. Lamentablemente, como saben, este acuerdo no se ha podido conseguir.
Cuando uno no está en condiciones de ofrecer una alternativa, debe facilitar que gobierne la lista más votada. Es de sentido común, pero es lo contrario de lo que nos hemos encontrado en estos últimos meses. De una formación que dice tener sentido de Estado, como es el Partido Popular, cabía esperar que hubiera dado un paso atrás y hubiera permitido un gobierno socialista con su abstención. El PP siempre ha encontrado el apoyo del PSOE en cuestiones que eran importantes para la estabilidad de España, como fue la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña. Sin embargo, ahora hemos comprobado que el nuevo PP de Pablo Casado aplica la ley del embudo y ha preferido embarcarse en una nueva cita electoral, con la ilusión de recuperar unos pocos de aquellos 2,6 millones de votos que se le fugaron a Vox en el mes de abril.
De Ciudadanos, poco hay que decir. El giro ideológico de la formación capitaneada por Albert Rivera hacia la derecha más extrema ya se pudo ver en la campaña electoral y lo que ha venido después no ha hecho sino confirmar las sospechas de que Cs se encuentra más cómodo haciéndose fotos junto a Vox que apoyando la formación de un gobierno moderado y de progreso. Engañaron a muchos de sus votantes haciéndose pasar por una formación de centro, cuando lo que prefieren, a la hora de la verdad, es aliarse con los radicales, como ha sucedido en Andalucía. La negativa de Rivera a sentarse a hablar con Pedro Sánchez, al que ninguneó hasta en dos ocasiones, es la prueba más fehaciente de este nuevo perfil de Ciudadanos, alejado de cualquier sentido común y de cualquier sentido de Estado.
Con todo, lo más decepcionante ha sido la actitud mantenida por Unidas Podemos. Alejándose del deseo de muchos de sus votantes, que estaban ilusionados ante la posibilidad de que España tuviera un gobierno de izquierdas estable, los dirigentes de esta formación se han dejado llevar por la ambición y el dogmatismo. A pesar de que los socialistas siempre creímos que lo mejor para España era un gobierno en minoría que buscara los apoyos necesarios en el Congreso para legislar, en el mes de julio abrimos la puerta a un posible gobierno de cooperación, en el que se integraran miembros de UP. Ofrecimos una vicepresidencia y hasta cinco ministerios de fuerte calado social a la formación de Pablo Iglesias, pero no les pareció suficiente.
Fue entonces cuando constatamos que el que habíamos considerado como socio preferente para las negociaciones no estaba por la labor de actuar con sentido común ni de facilitar la formación de un gobierno estable y cohesionado. La decepción fue grande, pero los socialistas no podíamos asumir una opción que terminaría dañando a España de manera irremediable y hemos actuado en consecuencia.
Repetir las elecciones no es plato de buen gusto para nadie que tenga un mínimo sentido de la responsabilidad, pero con los mimbres que teníamos era imposible otra salida. Así que ahora encaramos una nueva campaña electoral con el convencimiento de que estamos ante una nueva oportunidad. Una nueva oportunidad para que la ciudadanía hable y vuelva a decir, más claro si cabe, que quiere un gobierno progresista para España. Nosotros seguiremos actuando con respeto a nuestros principios, que están por encima de cualquier ambición personal y de cualquier cálculo partidista. Queremos una España de progreso, de futuro, con un gobierno estable y cohesionado, que esté en condiciones de hacer frente a los retos que tenemos por delante y que se vuelque en mejorar la vida diaria de los hombres y mujeres de nuestro país. Esas son nuestras credenciales y las hemos defendido siempre. No nos queda más que confiar en que la ciudadanía vuelva a darnos su apoyo, con una fuerza tal que nadie pueda volver a hacer oídos sordos.
Cuando uno no está en condiciones de ofrecer una alternativa, debe facilitar que gobierne la lista más votada. Es de sentido común, pero es lo contrario de lo que nos hemos encontrado en estos últimos meses. De una formación que dice tener sentido de Estado, como es el Partido Popular, cabía esperar que hubiera dado un paso atrás y hubiera permitido un gobierno socialista con su abstención. El PP siempre ha encontrado el apoyo del PSOE en cuestiones que eran importantes para la estabilidad de España, como fue la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña. Sin embargo, ahora hemos comprobado que el nuevo PP de Pablo Casado aplica la ley del embudo y ha preferido embarcarse en una nueva cita electoral, con la ilusión de recuperar unos pocos de aquellos 2,6 millones de votos que se le fugaron a Vox en el mes de abril.
De Ciudadanos, poco hay que decir. El giro ideológico de la formación capitaneada por Albert Rivera hacia la derecha más extrema ya se pudo ver en la campaña electoral y lo que ha venido después no ha hecho sino confirmar las sospechas de que Cs se encuentra más cómodo haciéndose fotos junto a Vox que apoyando la formación de un gobierno moderado y de progreso. Engañaron a muchos de sus votantes haciéndose pasar por una formación de centro, cuando lo que prefieren, a la hora de la verdad, es aliarse con los radicales, como ha sucedido en Andalucía. La negativa de Rivera a sentarse a hablar con Pedro Sánchez, al que ninguneó hasta en dos ocasiones, es la prueba más fehaciente de este nuevo perfil de Ciudadanos, alejado de cualquier sentido común y de cualquier sentido de Estado.
Con todo, lo más decepcionante ha sido la actitud mantenida por Unidas Podemos. Alejándose del deseo de muchos de sus votantes, que estaban ilusionados ante la posibilidad de que España tuviera un gobierno de izquierdas estable, los dirigentes de esta formación se han dejado llevar por la ambición y el dogmatismo. A pesar de que los socialistas siempre creímos que lo mejor para España era un gobierno en minoría que buscara los apoyos necesarios en el Congreso para legislar, en el mes de julio abrimos la puerta a un posible gobierno de cooperación, en el que se integraran miembros de UP. Ofrecimos una vicepresidencia y hasta cinco ministerios de fuerte calado social a la formación de Pablo Iglesias, pero no les pareció suficiente.
Fue entonces cuando constatamos que el que habíamos considerado como socio preferente para las negociaciones no estaba por la labor de actuar con sentido común ni de facilitar la formación de un gobierno estable y cohesionado. La decepción fue grande, pero los socialistas no podíamos asumir una opción que terminaría dañando a España de manera irremediable y hemos actuado en consecuencia.
Repetir las elecciones no es plato de buen gusto para nadie que tenga un mínimo sentido de la responsabilidad, pero con los mimbres que teníamos era imposible otra salida. Así que ahora encaramos una nueva campaña electoral con el convencimiento de que estamos ante una nueva oportunidad. Una nueva oportunidad para que la ciudadanía hable y vuelva a decir, más claro si cabe, que quiere un gobierno progresista para España. Nosotros seguiremos actuando con respeto a nuestros principios, que están por encima de cualquier ambición personal y de cualquier cálculo partidista. Queremos una España de progreso, de futuro, con un gobierno estable y cohesionado, que esté en condiciones de hacer frente a los retos que tenemos por delante y que se vuelque en mejorar la vida diaria de los hombres y mujeres de nuestro país. Esas son nuestras credenciales y las hemos defendido siempre. No nos queda más que confiar en que la ciudadanía vuelva a darnos su apoyo, con una fuerza tal que nadie pueda volver a hacer oídos sordos.
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