Mariano Rajoy y su cuadro de palmeros han protagonizado esta semana en el Congreso de los Diputados uno de los espectáculos más lamentables de la historia democrática de España. El pasado miércoles tuvimos que contemplar cómo el presidente del Gobierno se reía de los más de cuatro millones y medio de parados del país, insinuando que les gusta estar en el paro y que si no tienen trabajo es porque no se han puesto a buscarlo. Minutos más tarde, la pantomima alcanzó su culmen, con el aplauso que los diputados del Partido Popular le ofrecieron a Rajoy por su ‘gloriosa’ intervención.
Afortunadamente, la crítica ciudadana ante comportamientos tan vergonzosos no se ha hecho esperar. Desde el miércoles, las imágenes de lo ocurrido en el Congreso han inundado las redes sociales. Una de las más repetidas refleja ese aplauso de la bancada del PP a su líder. Otra muestra a la diputada del PSOE de Almería Gracia Fernández echándose literalmente las manos a la cabeza ante el futuro que estaba dibujando en ese momento, en el estrado, el presidente Rajoy.
La crueldad del Gobierno de España y del partido que lo sustenta está alcanzando niveles desconocidos y empieza a ser necesario que llamemos a las cosas por su nombre. Lo que está haciendo el Partido Popular sólo puede denominarse, simple y llanamente, violencia económica. La confianza que los españoles depositaron en Rajoy en las últimas elecciones les está siendo devuelta en forma de maltrato material.
En los poco más de seis meses que lleva el PP en La Moncloa, se han ido solapando el varapalo a los trabajadores de la reforma laboral, la subida del IRPF, de la luz, del gas y del butano, un primer recorte de la Ley de Dependencia, el copago sanitario y el copago farmacéutico. Por si no era suficiente, el Gobierno sigue apretando y sube el IVA al 21%, recorta las prestaciones por desempleo, rebaja el sueldo a los funcionarios y vuelve a meter otro tijeretazo a las ayudas de los dependientes.
Para justificar este atraco a mano armada, Rajoy repite una y otra vez dos letanías. Una de ellas es la de la “herencia recibida”: una falacia como otra cualquiera, puesto que el PP, antes de llegar al Gobierno, no sólo conocía perfectamente las cuentas de la administración central, sino también estaba al tanto de la deuda de la mayoría de las comunidades autónomas, dado que las gobernaba.
La otra letanía del Gobierno es la de que la situación actual del país exige “el sacrificio colectivo”, aunque somos muchos los que nos preguntamos por qué los trabajadores y las clases medias están pagando el pato, mientras que a las sociedades de capital y a los grandes patrimonios ni se los mira.
Afortunadamente, la crítica ciudadana ante comportamientos tan vergonzosos no se ha hecho esperar. Desde el miércoles, las imágenes de lo ocurrido en el Congreso han inundado las redes sociales. Una de las más repetidas refleja ese aplauso de la bancada del PP a su líder. Otra muestra a la diputada del PSOE de Almería Gracia Fernández echándose literalmente las manos a la cabeza ante el futuro que estaba dibujando en ese momento, en el estrado, el presidente Rajoy.
La crueldad del Gobierno de España y del partido que lo sustenta está alcanzando niveles desconocidos y empieza a ser necesario que llamemos a las cosas por su nombre. Lo que está haciendo el Partido Popular sólo puede denominarse, simple y llanamente, violencia económica. La confianza que los españoles depositaron en Rajoy en las últimas elecciones les está siendo devuelta en forma de maltrato material.
En los poco más de seis meses que lleva el PP en La Moncloa, se han ido solapando el varapalo a los trabajadores de la reforma laboral, la subida del IRPF, de la luz, del gas y del butano, un primer recorte de la Ley de Dependencia, el copago sanitario y el copago farmacéutico. Por si no era suficiente, el Gobierno sigue apretando y sube el IVA al 21%, recorta las prestaciones por desempleo, rebaja el sueldo a los funcionarios y vuelve a meter otro tijeretazo a las ayudas de los dependientes.
Para justificar este atraco a mano armada, Rajoy repite una y otra vez dos letanías. Una de ellas es la de la “herencia recibida”: una falacia como otra cualquiera, puesto que el PP, antes de llegar al Gobierno, no sólo conocía perfectamente las cuentas de la administración central, sino también estaba al tanto de la deuda de la mayoría de las comunidades autónomas, dado que las gobernaba.
La otra letanía del Gobierno es la de que la situación actual del país exige “el sacrificio colectivo”, aunque somos muchos los que nos preguntamos por qué los trabajadores y las clases medias están pagando el pato, mientras que a las sociedades de capital y a los grandes patrimonios ni se los mira.
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