En las filas del Partido Popular comienza a cundir el desánimo ante las abrumadoras cifras de paro que ha arrojado el mes de agosto. Muchas personas que votaron en las pasadas elecciones al Partido Popular, que se creyeron a pies juntillas lo que prometían, confiesan abiertamente que a estas alturas, tras la reforma laboral aprobada por el Gobierno de Rajoy, esperaban que los datos fuesen mejores que los que se han registrado. El desánimo en sus filas es ya más que evidente y con la entrada de septiembre muchos se han dado de bruces con la realidad. Con esa realidad que el PSOE viene denunciando día tras día desde que el gobierno del Partido Popular decidió, sin consenso, aprobar una reforma laboral que se ha demostrado inútil, ineficaz e injusta.
Lo que comenzó durante el curso político pasado como un idilio de conveniencia entre una importante mayoría de la sociedad almeriense y española con el partido popular, hoy podemos afirmar que se ha transformado en un divorcio exprés. Los ciudadanos han “roto” de forma masiva con el Gobierno de Rajoy y le han devuelto los regalos y las cartas que se cruzaron hace nueve meses, cuando todo eran promesas de tiempos mejores.
El dicho popular de que “la mentira tiene las patas muy cortas” ha adquirido carácter de sentencia para el gobierno de Rajoy y todas sus falsas promesas le pasan ahora una gran factura. Subida de impuestos, recorte de los servicios públicos, de las prestaciones por desempleo, de la Ley de Dependencia, de la sanidad o la educación…son muchas mentiras, demasiadas, para no romper una relación sustentada en la confianza de quienes decían que tenían la solución para todo.
Las promesas electorales del Partido Popular salieron por la ventana de la Moncloa el mismo día en que Rajoy entró por la puerta del palacio presidencial, el 21 de diciembre del pasado año. Ese día anticipó que la primera acción de su programa de Gobierno sería “estimular el crecimiento y potenciar la creación de empleo”. Pues bien, ni para una cosa ni para otra ha aprobado medidas Rajoy durante estos meses, incumpliendo de manera flagrante las primeras líneas de su discurso. Y ese, sólo fue el comienzo de su meteórica carrera de promesas rotas.
Rajoy decía esta misma semana en una entrevista que “la realidad me ha impedido cumplir mi programa electoral” y se quedó más ancho que largo. Sin embargo, la realidad de la crisis ya pesaba como una losa sobre todos los españoles cuando prometió todo lo que prometió y que ha ido incumpliendo sistemáticamente. ¿En qué realidad paralela se movía el hoy presidente del Gobierno cuando aún era candidato? ¿No conocía Rajoy en qué “realidad” económica se movían las comunidades autónomas gobernadas por su partido? Lo más grave de todo esto es que ya nadie sabe si Rajoy mintió como candidato o, lo que es peor, miente como presidente del Gobierno. Las dos situaciones son muy graves pero lo es mucho más si viene de la persona que decide el destino de millones de ciudadanos, de una gran mayoría perpleja que escucha a Rajoy decir lo que dice y no termina de creerse que no se trate de una broma. En cualquier caso, Rajoy pone una mentira sobre otra mentira para, en la confusión, intentar convencer a alguien – ya sólo a unos pocos- de que no hay otra salida que la que ha diseñado su Gobierno para sortear la crisis. Y esta idea, en la que lleva instalado su Ejecutivo y él mismo, se ha enquistado en un bucle sin fin como en el día de la marmota. Cada mañana, todos los españoles nos despertamos en el mismo día, en el día de los recortes; convencidos de que este Gobierno no va a cambiar la realidad en la que estamos y que mañana, cuando suene el despertador, seguirá la misma amenazante tijera sobre la mesita de noche.
Lo que comenzó durante el curso político pasado como un idilio de conveniencia entre una importante mayoría de la sociedad almeriense y española con el partido popular, hoy podemos afirmar que se ha transformado en un divorcio exprés. Los ciudadanos han “roto” de forma masiva con el Gobierno de Rajoy y le han devuelto los regalos y las cartas que se cruzaron hace nueve meses, cuando todo eran promesas de tiempos mejores.
El dicho popular de que “la mentira tiene las patas muy cortas” ha adquirido carácter de sentencia para el gobierno de Rajoy y todas sus falsas promesas le pasan ahora una gran factura. Subida de impuestos, recorte de los servicios públicos, de las prestaciones por desempleo, de la Ley de Dependencia, de la sanidad o la educación…son muchas mentiras, demasiadas, para no romper una relación sustentada en la confianza de quienes decían que tenían la solución para todo.
Las promesas electorales del Partido Popular salieron por la ventana de la Moncloa el mismo día en que Rajoy entró por la puerta del palacio presidencial, el 21 de diciembre del pasado año. Ese día anticipó que la primera acción de su programa de Gobierno sería “estimular el crecimiento y potenciar la creación de empleo”. Pues bien, ni para una cosa ni para otra ha aprobado medidas Rajoy durante estos meses, incumpliendo de manera flagrante las primeras líneas de su discurso. Y ese, sólo fue el comienzo de su meteórica carrera de promesas rotas.
Rajoy decía esta misma semana en una entrevista que “la realidad me ha impedido cumplir mi programa electoral” y se quedó más ancho que largo. Sin embargo, la realidad de la crisis ya pesaba como una losa sobre todos los españoles cuando prometió todo lo que prometió y que ha ido incumpliendo sistemáticamente. ¿En qué realidad paralela se movía el hoy presidente del Gobierno cuando aún era candidato? ¿No conocía Rajoy en qué “realidad” económica se movían las comunidades autónomas gobernadas por su partido? Lo más grave de todo esto es que ya nadie sabe si Rajoy mintió como candidato o, lo que es peor, miente como presidente del Gobierno. Las dos situaciones son muy graves pero lo es mucho más si viene de la persona que decide el destino de millones de ciudadanos, de una gran mayoría perpleja que escucha a Rajoy decir lo que dice y no termina de creerse que no se trate de una broma. En cualquier caso, Rajoy pone una mentira sobre otra mentira para, en la confusión, intentar convencer a alguien – ya sólo a unos pocos- de que no hay otra salida que la que ha diseñado su Gobierno para sortear la crisis. Y esta idea, en la que lleva instalado su Ejecutivo y él mismo, se ha enquistado en un bucle sin fin como en el día de la marmota. Cada mañana, todos los españoles nos despertamos en el mismo día, en el día de los recortes; convencidos de que este Gobierno no va a cambiar la realidad en la que estamos y que mañana, cuando suene el despertador, seguirá la misma amenazante tijera sobre la mesita de noche.
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