A Ciudadanos se le han ido cayendo todas las caretas antes, incluso, de que decidiera quitárselas. Y no, no ha sido por un involuntario traspié, sino como consecuencia de su propia debilidad desde el punto de vista ideológico, - si es que alguien de dentro lo tuvo claro alguna vez -, y de su famélica estructura, montada a base de adeptos que no conocen y en los que, por tanto, no confían.
Al partido de Rivera y Arrimadas se le están viendo ahora esas y otras costuras que escondían sus disfraces de reformistas. Toda esa imagen, todo ese marketing puesto a disposición del partido naranja desde los grandes poderes económicos, le ha estallado a Juan Marín delante de sus ojos tan solo unos días después de colaborar activamente en la materialización del vergonzoso pacto del taburete o, lo que es lo mismo, del acuerdo entre Ciudadanos, Partido Popular y Vox para alcanzar el gobierno en Andalucía.
Marín, vicepresidente del gobierno bicéfalo andaluz, ha asumido competencias que se reparten hasta por seis departamentos distintos de la Junta de Andalucía situados, además, en diferentes lugares y con responsabilidades tan dispares como Turismo, Justicia, Violencia de Género o Relaciones con el Parlamento. El líder de Ciudadanos en Andalucía va a tener que ponerse un taxi en la puerta de San Telmo, donde se ha instalado para no ser menos que Moreno Bonilla, con el que desplazarse por tanta dependencia administrativa y evitar, de esa manera, que cunda un sentimiento de orfandad entre los funcionarios a su cargo.
La distribución de competencias entre el Partido Popular y Ciudadanos ha sido tan caótica como el reparto de un botín ante los ojos embelesados de los que aspiran a tenerlo todo o, al menos, a quedarse con un lote tan grande como el de su socio. Y tan sembrado de desconfianza que incluso PP y Ciudadanos han quedado en compartir la Dirección General de Comunicación Social, -la que establece los acuerdos con los medios de comunicación-, para evitar que la balanza se incline más para un lado que para otro.
Con todo, este no parece ser el mayor problema de Ciudadanos. La mayor dificultad a la que se enfrenta el partido de Albert Rivera es la de carecer de un esqueleto y una musculatura que le permita no solo hablar sino también caminar. En ese escenario, Marín - que no es un recién llegado a la política aunque quiera parecerlo- ha sido incapaz de encontrar personas preparadas en su partido para asumir responsabilidades de gobierno. Esta situación le ha llevado, sin quererlo, a tirar de independientes para después pretender “vender” esa decisión como un valor. Otra cosa es que haya colado, que no ha colado.
Pero si esto ya ha sido un dolor de cabeza para Ciudadanos, el nombramiento de otra serie de altos cargos se está tornando en un “follón”, según ya ha dicho alguno de sus consejeros. Esta es la realidad de Ciudadanos, de un partido que, además de ser una veleta desde el punto de vista ideológico, no tiene de quien echar mano para asumir altas responsabilidades en niveles intermedios.
La debilidad de Ciudadanos también se extiende a otros ámbitos, como es el caso de la Presidencia del Parlamento andaluz, donde las decisiones de su titular difieren mucho de lo que se podría esperar de una persona que debe abordar su cargo desde el diálogo y el consenso.
Marta Bosquet empezó mal con la insostenible decisión de dejar sin voto en la Mesa del Parlamento a Adelante Andalucía. Ahora va un paso más allá y pretende que la ultraderecha esté sobrerrepresentada en las comisiones parlamentarias frente a otros partidos que consiguieron un mayor número de diputados, lo que es inaceptable en términos democráticos. Y todo esto con el único objetivo de no molestar a los que dicen que no son sus socios, pero que sí lo son, y de paso mutilar la tarea de control al Gobierno.
Al partido de Rivera y Arrimadas se le están viendo ahora esas y otras costuras que escondían sus disfraces de reformistas. Toda esa imagen, todo ese marketing puesto a disposición del partido naranja desde los grandes poderes económicos, le ha estallado a Juan Marín delante de sus ojos tan solo unos días después de colaborar activamente en la materialización del vergonzoso pacto del taburete o, lo que es lo mismo, del acuerdo entre Ciudadanos, Partido Popular y Vox para alcanzar el gobierno en Andalucía.
Marín, vicepresidente del gobierno bicéfalo andaluz, ha asumido competencias que se reparten hasta por seis departamentos distintos de la Junta de Andalucía situados, además, en diferentes lugares y con responsabilidades tan dispares como Turismo, Justicia, Violencia de Género o Relaciones con el Parlamento. El líder de Ciudadanos en Andalucía va a tener que ponerse un taxi en la puerta de San Telmo, donde se ha instalado para no ser menos que Moreno Bonilla, con el que desplazarse por tanta dependencia administrativa y evitar, de esa manera, que cunda un sentimiento de orfandad entre los funcionarios a su cargo.
La distribución de competencias entre el Partido Popular y Ciudadanos ha sido tan caótica como el reparto de un botín ante los ojos embelesados de los que aspiran a tenerlo todo o, al menos, a quedarse con un lote tan grande como el de su socio. Y tan sembrado de desconfianza que incluso PP y Ciudadanos han quedado en compartir la Dirección General de Comunicación Social, -la que establece los acuerdos con los medios de comunicación-, para evitar que la balanza se incline más para un lado que para otro.
Con todo, este no parece ser el mayor problema de Ciudadanos. La mayor dificultad a la que se enfrenta el partido de Albert Rivera es la de carecer de un esqueleto y una musculatura que le permita no solo hablar sino también caminar. En ese escenario, Marín - que no es un recién llegado a la política aunque quiera parecerlo- ha sido incapaz de encontrar personas preparadas en su partido para asumir responsabilidades de gobierno. Esta situación le ha llevado, sin quererlo, a tirar de independientes para después pretender “vender” esa decisión como un valor. Otra cosa es que haya colado, que no ha colado.
Pero si esto ya ha sido un dolor de cabeza para Ciudadanos, el nombramiento de otra serie de altos cargos se está tornando en un “follón”, según ya ha dicho alguno de sus consejeros. Esta es la realidad de Ciudadanos, de un partido que, además de ser una veleta desde el punto de vista ideológico, no tiene de quien echar mano para asumir altas responsabilidades en niveles intermedios.
La debilidad de Ciudadanos también se extiende a otros ámbitos, como es el caso de la Presidencia del Parlamento andaluz, donde las decisiones de su titular difieren mucho de lo que se podría esperar de una persona que debe abordar su cargo desde el diálogo y el consenso.
Marta Bosquet empezó mal con la insostenible decisión de dejar sin voto en la Mesa del Parlamento a Adelante Andalucía. Ahora va un paso más allá y pretende que la ultraderecha esté sobrerrepresentada en las comisiones parlamentarias frente a otros partidos que consiguieron un mayor número de diputados, lo que es inaceptable en términos democráticos. Y todo esto con el único objetivo de no molestar a los que dicen que no son sus socios, pero que sí lo son, y de paso mutilar la tarea de control al Gobierno.
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