El estado de alarma nos está cambiando como sociedad en muchos aspectos. En esta primavera tan atípica, ha comenzado a crecer entre nosotros la cultura de la autoprotección, una enseñanza que ha llegado a nuestras vidas para quedarse, no solo hasta que tengamos la vacuna y el tratamiento eficaz contra el covid-19, sino como un elemento esencial a incorporar en nuestro día a día. Una sociedad cuyos miembros tienen una cultura de autoprotección es más fuerte siempre ante cualquier escenario.
También esta experiencia dura y difícil que estamos viviendo nos ha puesto, a la fuerza, ante oportunidades que antes no éramos capaces de ver o de aprovechar como estamos haciendo ahora y que también, a la fuerza, nos hemos visto obligados a asumir. Una vez que pase lo peor, cuando lleguemos a la nueva normalidad, lo aprendido formará parte de la nueva manera de vivir el presente y el futuro.
Me refiero a temas como la educación conectada, el teletrabajo o la movilidad sostenible. La pandemia ha acelerado los procesos para avanzar en esos terrenos hacia una sociedad más moderna, que aprovecha la tecnología para facilitarnos las cosas, utilizar mejor nuestro tiempo, cuidar el planeta… en fin, para muchas cosas que a mi juicio son enriquecedoras y positivas.
La inversión pública en tecnología es fundamental para evitar que la sociedad se divida entre los que pueden conectarse y los que no. Niños, jóvenes y profesores deben disponer de tecnología pública y de conexiones públicas, como también pacientes y sanitarios, empresas y trabajadores o funcionarios y administraciones. Si no lo hacemos así, no será posible aprovechar las oportunidades que nos ofrece una sociedad conectada. Las administraciones públicas tienen que dar ejemplo impulsando el teletrabajo, facilitando a sus funcionarios equipos y conexiones para ello y garantizando a quien lo necesite esa nueva normalidad que teníamos a nuestra disposición, pero que no utilizábamos tanto como ahora lo hacemos, en estos tiempos de pandemia.
Si todo va bien, y no tiene por qué ir de otra manera, si todos seguimos haciendo gala de la responsabilidad con la que hemos afrontado las semanas que ya han pasado, cuando llegue el verano estaremos en una nueva normalidad. Para ello, es fundamental que tanto las administraciones públicas como los ciudadanos afrontemos la tarea con dos premisas básicas: aportar lo mejor de nosotros mismos y centrarnos en cumplir bien con las competencias que tenemos para dar respuestas y poner soluciones.
Los que viven instalados desde hace dos meses en la guerra contra el Gobierno de España –y no en la guerra contra el virus– olvidan que, en la mayoría de las ocasiones, sus ataques no son contra quien gobierna, sino más bien contra los propios ciudadanos, que son los que terminan pagando las consecuencias. Si un gobierno local o autonómico se dedica a calentar a colectivos frente al Ejecutivo central, en lugar de ampliar el espacio de las terrazas de sus negocios o diseñar protocolos para la apertura de actividades, por poner algún ejemplo, termina perjudicando a esos sectores y al conjunto de los ciudadanos.
Una enseñanza más de la desescalada debería ser, por encima de ideologías, la asunción por parte de todos de la cultura de la unidad en la lucha contra el virus. La actitud diaria y los acuerdos para la reconstrucción económica y social serán un buen termómetro para medir esa cultura de la unidad que tanto se necesita ahora. Seguimos.
También esta experiencia dura y difícil que estamos viviendo nos ha puesto, a la fuerza, ante oportunidades que antes no éramos capaces de ver o de aprovechar como estamos haciendo ahora y que también, a la fuerza, nos hemos visto obligados a asumir. Una vez que pase lo peor, cuando lleguemos a la nueva normalidad, lo aprendido formará parte de la nueva manera de vivir el presente y el futuro.
Me refiero a temas como la educación conectada, el teletrabajo o la movilidad sostenible. La pandemia ha acelerado los procesos para avanzar en esos terrenos hacia una sociedad más moderna, que aprovecha la tecnología para facilitarnos las cosas, utilizar mejor nuestro tiempo, cuidar el planeta… en fin, para muchas cosas que a mi juicio son enriquecedoras y positivas.
La inversión pública en tecnología es fundamental para evitar que la sociedad se divida entre los que pueden conectarse y los que no. Niños, jóvenes y profesores deben disponer de tecnología pública y de conexiones públicas, como también pacientes y sanitarios, empresas y trabajadores o funcionarios y administraciones. Si no lo hacemos así, no será posible aprovechar las oportunidades que nos ofrece una sociedad conectada. Las administraciones públicas tienen que dar ejemplo impulsando el teletrabajo, facilitando a sus funcionarios equipos y conexiones para ello y garantizando a quien lo necesite esa nueva normalidad que teníamos a nuestra disposición, pero que no utilizábamos tanto como ahora lo hacemos, en estos tiempos de pandemia.
Si todo va bien, y no tiene por qué ir de otra manera, si todos seguimos haciendo gala de la responsabilidad con la que hemos afrontado las semanas que ya han pasado, cuando llegue el verano estaremos en una nueva normalidad. Para ello, es fundamental que tanto las administraciones públicas como los ciudadanos afrontemos la tarea con dos premisas básicas: aportar lo mejor de nosotros mismos y centrarnos en cumplir bien con las competencias que tenemos para dar respuestas y poner soluciones.
Los que viven instalados desde hace dos meses en la guerra contra el Gobierno de España –y no en la guerra contra el virus– olvidan que, en la mayoría de las ocasiones, sus ataques no son contra quien gobierna, sino más bien contra los propios ciudadanos, que son los que terminan pagando las consecuencias. Si un gobierno local o autonómico se dedica a calentar a colectivos frente al Ejecutivo central, en lugar de ampliar el espacio de las terrazas de sus negocios o diseñar protocolos para la apertura de actividades, por poner algún ejemplo, termina perjudicando a esos sectores y al conjunto de los ciudadanos.
Una enseñanza más de la desescalada debería ser, por encima de ideologías, la asunción por parte de todos de la cultura de la unidad en la lucha contra el virus. La actitud diaria y los acuerdos para la reconstrucción económica y social serán un buen termómetro para medir esa cultura de la unidad que tanto se necesita ahora. Seguimos.
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