Ni siquiera en el día en el que comenzaba en España el luto oficial en memoria de las víctimas de la covid-19, la derecha fue capaz de estar a la altura. El clima tóxico que trasladan las intervenciones de los dirigentes del Partido Popular y Vox desde el Congreso de los Diputados a las calles, que luego termina en los corrillos de las plazas del insulto en las que han convertido las redes sociales, define su patriotismo.
La confrontación política es saludable. Cómo no lo va a ser, si es la esencia de la democracia, pero, miren, esto es otra cosa. Lo que estamos viviendo en medio de un dolor y una preocupación inimaginables, como consecuencia de las miles de víctimas que está dejando la pandemia, tiene como denominador común un elemento clave que se remonta al inicio de esta legislatura: la estrategia diseñada por la derecha para negar permanentemente la legitimidad del Gobierno, de su presidente y de todos sus ministros.
Casado y Abascal se han negado a reconocer desde el minuto uno los resultados de las pasadas elecciones generales, en un acto de rebeldía democrática sin precedentes. Con esos mimbres comenzamos a sufrir los efectos de un coronavirus que tiene en jaque a todo el planeta, pero ni eso les frenó en su estrategia. Es más, sus actos, sus palabras y sus decisiones hasta hoy, hacen indicar que han considerado la enfermedad, la crisis sanitaria, como una oportunidad.
Nunca habíamos visto en democracia un estado de crispación política como el actual, donde crece el odio a la misma vez que crecen los insultos, las mentiras y la manipulación.
Durante estas diez semanas de pandemia, cuando hemos superado los 70 días en este estado de alarma que ha salvado miles de vidas, en el líder de la oposición solo hemos encontrado posados, imposturas, rechazo a cualquier cosa que propusiera el Gobierno y una indisimulada ambición por mimetizarse con la extrema derecha. Y esto es un problema de enorme calado para un país que necesita unidad, ya que una parte importante, como es la que representa el principal partido de la oposición, a la hora de elegir entre el acuerdo o la crispación social, ha decidido fomentar lo segundo.
En Andalucía, la imagen que nos deja el acuerdo del Partido Popular y Ciudadanos para que la extrema derecha presida la Comisión para la Reconstrucción es muy parecida. Moreno Bonilla y Marín, incómodos con la actitud de la oposición de ofrecerse al acuerdo, han dinamitado el órgano que debía buscar el consenso. La decisión de colocar al frente de esa comisión parlamentaria a quien no la quería es toda una declaración de intenciones o dicho de otra manera: de malas intenciones.
Este es el patriotismo ramplón del que hace gala la actual derecha, la heredera de aquellos que jaleaban “que se jodan los parados” o “que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”, esa que tiene ese punto a naftalina que nos recuerda a tiempos pasados, aquellos en los que existía una verdadera obcecación por hacerse con la bandera.
Ser patriota en 2020 en plena pandemia no consiste en eso. El patriotismo hoy no tiene nada que ver con envolverse en la bandera sin más, sino en procurar contribuir con tus actos al bien del conjunto de tus conciudadanos, ayudando a superar estos momentos tan difíciles a todas las personas y sectores, por encima de cualquier cosa. Ser patriota hoy, por ejemplo, es poner en marcha medidas que son un gran avance social en la historia de España. El ingreso mínimo vital aprobado por el Gobierno de Pedro Sánchez nos hace mejor sociedad y mejor país, como nos hicieron mejores las pensiones no contributivas o la ley de la dependencia. Seguimos.
La confrontación política es saludable. Cómo no lo va a ser, si es la esencia de la democracia, pero, miren, esto es otra cosa. Lo que estamos viviendo en medio de un dolor y una preocupación inimaginables, como consecuencia de las miles de víctimas que está dejando la pandemia, tiene como denominador común un elemento clave que se remonta al inicio de esta legislatura: la estrategia diseñada por la derecha para negar permanentemente la legitimidad del Gobierno, de su presidente y de todos sus ministros.
Casado y Abascal se han negado a reconocer desde el minuto uno los resultados de las pasadas elecciones generales, en un acto de rebeldía democrática sin precedentes. Con esos mimbres comenzamos a sufrir los efectos de un coronavirus que tiene en jaque a todo el planeta, pero ni eso les frenó en su estrategia. Es más, sus actos, sus palabras y sus decisiones hasta hoy, hacen indicar que han considerado la enfermedad, la crisis sanitaria, como una oportunidad.
Nunca habíamos visto en democracia un estado de crispación política como el actual, donde crece el odio a la misma vez que crecen los insultos, las mentiras y la manipulación.
Durante estas diez semanas de pandemia, cuando hemos superado los 70 días en este estado de alarma que ha salvado miles de vidas, en el líder de la oposición solo hemos encontrado posados, imposturas, rechazo a cualquier cosa que propusiera el Gobierno y una indisimulada ambición por mimetizarse con la extrema derecha. Y esto es un problema de enorme calado para un país que necesita unidad, ya que una parte importante, como es la que representa el principal partido de la oposición, a la hora de elegir entre el acuerdo o la crispación social, ha decidido fomentar lo segundo.
En Andalucía, la imagen que nos deja el acuerdo del Partido Popular y Ciudadanos para que la extrema derecha presida la Comisión para la Reconstrucción es muy parecida. Moreno Bonilla y Marín, incómodos con la actitud de la oposición de ofrecerse al acuerdo, han dinamitado el órgano que debía buscar el consenso. La decisión de colocar al frente de esa comisión parlamentaria a quien no la quería es toda una declaración de intenciones o dicho de otra manera: de malas intenciones.
Este es el patriotismo ramplón del que hace gala la actual derecha, la heredera de aquellos que jaleaban “que se jodan los parados” o “que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”, esa que tiene ese punto a naftalina que nos recuerda a tiempos pasados, aquellos en los que existía una verdadera obcecación por hacerse con la bandera.
Ser patriota en 2020 en plena pandemia no consiste en eso. El patriotismo hoy no tiene nada que ver con envolverse en la bandera sin más, sino en procurar contribuir con tus actos al bien del conjunto de tus conciudadanos, ayudando a superar estos momentos tan difíciles a todas las personas y sectores, por encima de cualquier cosa. Ser patriota hoy, por ejemplo, es poner en marcha medidas que son un gran avance social en la historia de España. El ingreso mínimo vital aprobado por el Gobierno de Pedro Sánchez nos hace mejor sociedad y mejor país, como nos hicieron mejores las pensiones no contributivas o la ley de la dependencia. Seguimos.
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