Rajoy celebraba esta semana su primer año en La Moncloa, pero en el palacio dónde vive el presidente no ha habido fiesta de cumpleaños: Sin ánimos para celebrarlo, ni tartas ni velas que soplar en un país cada vez más empobrecido como consecuencia de sus propias decisiones. Así es, el 20-N no ha sido un motivo de celebración, en eso estamos de acuerdo todos fuera y dentro de este país, como también estamos de acuerdo en que la derecha ha demostrado fehacientemente que no gestiona mejor la economía y que el PP es un partido que no defiende los intereses de los ciudadanos.
Los hechos terminan dando la razón y, lamentablemente, aquellos que pensaron que el PP sacaría a España de la crisis se encuentran ahora con una sociedad que vive una dramática situación de ruina y de paro. Llegó Rajoy en tiempos difíciles a la Presidencia –aunque el país era capaz de financiarse y no estaba tan supeditado como ahora a los designios de los mercados-, eso también lo sabemos todos, pero no es argumento suficiente para justificar lo injustificable: La provocación de un sufrimiento inútil entre la ciudadanía con unos ajustes, reajustes y recortes que ni están sirviendo para crear empleo ni para salir de la crisis. El modelo de austeridad a ultranza que aplica Rajoy, con el convencimiento de que esto nos hará más fuertes en el futuro, ha cogido una deriva tan peligrosa que el barco sobre el que viajamos comienza a dar signos de zozobra.
Lo más inquietante de todo es que resulta que Rajoy, tal y como parece desprenderse de sus hechos, no tenía el plan que decía tener durante las elecciones para sacarnos de la crisis. O si lo tenía, ha resultado nefasto, a la vista de los resultados, a la vista de todos los indicadores, para la sociedad española. Va a ser que tampoco puede cumplir – y esto es lo más grave de todo porque fue el asunto central de su campaña electoral y lo que los españoles creyeron- la promesa de que con él se acabaría el paro, o que su partido y él mismo eran la solución al problema de confianza que elevaba nuestra prima de riesgo.
La culpa de todo lo malo que ha sucedido en estos 365 días en nuestro país no es sólo de la economía, es producto de una reforma ideológica a la totalidad y tiene, según hemos ido conociendo Decreto tras Decreto, una sucesión lógica y coherente con los planteamientos más conservadores del Partido Popular. Y para terminar de perpetrar este soliloquio de destrucción masiva de derechos, Rajoy no tiene reparos, no tiene ningún empacho, en cruzar cuantas líneas hagan falta para convertirnos en lo que él mismo llama mayoría silenciosa que acepta la teoría de lo inevitable.
La senda de las que Rajoy dice “necesarias reformas” se ven con suma facilidad en el balance de este año de gobierno del PP: Hace un año la sanidad era universal y gratuita, ya no lo es; hace un año los pensionistas no pagaban ni un céntimo por sus medicinas y el copago es ahora una preocupación más para ellos; hace un año, los trabajadores tenían derechos y un marco adecuado de relaciones laborales que el PP ha convertido en el despido libre, la rebaja de salario y la pérdida de derechos con su injusta reforma laboral.
Este es el relato de lo evidente. Sin embargo, hay otras muchas cosas que han pasado en este país durante este año y que nos afectan también al conjunto de los ciudadanos porque demuestran la falta de transparencia y la animosa confrontación permanente que el Gobierno de Rajoy mantiene con la oposición y, especialmente, con el PSOE. Por primera vez el número de Decretos-leyes aprobados por el Gobierno supera al de proyectos de ley remitidos a las Cortes Generales. Esto quiere decir ni más ni menos que el Ejecutivo de Rajoy aplica el ordeno y mando para evitar que las medidas arbitrarias que toma sean debatidas en sede parlamentaria.
Las comparecencias del Presidente del Gobierno durante este año se pueden contar con los dedos de una mano. Rajoy sólo ha acudido al Parlamento obligado por la Ley o el Reglamento para las sesiones de control, y este Gobierno es el que en menos ocasiones ha comparecido en el Congreso y el Senado y el que menos preguntas orales y escritas contesta el Parlamento. Más que del año del Gobierno de Rajoy, por lo tanto, tendríamos que hablar en este balance del año sin Rajoy. Del año de un gobierno escondido, ajeno a la realidad de la calle y que ni escucha ni oye a nadie; ni a la oposición ni a los ciudadanos que constantemente le están diciendo que pare, que reflexione, que este no es el camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario