Los socialistas siempre hemos sido partidarios de los debates electorales porque los consideramos un derecho de los ciudadanos. Prueba de ello es que sólo ha habido debates en España mientras ha gobernado el PSOE. En mi opinión, nunca más en el futuro se debería poner en cuestión la celebración de estos programas entre los candidatos a la Presidencia del Gobierno, pues permiten contrastar propuestas, programas y políticas, lo que constituye la esencia misma de la democracia..
Por muy grandes que fueran los titulares de los periódicos del día siguiente al debate, todos sabemos que existió una clara superioridad entre ambos contendientes: Rubalcaba puso en evidencia la incapacidad de Rajoy para gobernar un país, ni siquiera para controlar a sus propios ministros en un hipotético gobierno, al presentarse como un candidato al que le tienen que escribir sus propias ideas, perdido en una nube de fichas y papeles, y preocupado únicamente de no perder la compostura y de encontrar la frase correcta. Fue como hablar a una pared, como ese tipo de entrevistas de “pregunte lo que usted quiera que yo responderé lo que me dé la gana”.
Pero la cuestión de fondo no es quién resultó victorioso, sino por qué se produjo esa confrontación tan desigual. Siguiendo la secreta estrategia de no espantar a la ciudadanía, Rajoy se limitó a dejar pasar el tiempo y a apartar con el pie la agenda oculta del Partido Popular. No importaba quedar ante la sociedad española como un candidato débil, al que tienen que escribirle hasta el “buenas noches”, no importaba dejarse acogotar por el contrincante político –mejor, así puede provocar ternura- no importaba, ni siquiera ,desaprovechar la oportunidad para criticar al Gobierno. Lo que verdaderamente importaba era mantener la quietud en este marasmo de dudas que han conseguido crear en el imaginario colectivo de los españoles sobre lo que ocurrirá si el Partido Popular gana las elecciones. La máxima es: “que nadie se quite la careta hasta el 21 de noviembre, que no se enteren los ciudadanos de lo que les estamos preparando”. Pero, aunque lo intenten, algunas pistas se les van cayendo por el camino: las declaraciones de la patronal madrileña, los recortes de Cospedal en Castilla-La Mancha, las genialidades de Aguirre sobre educación, son sólo algunos ejemplos.
Como decía el propio Rubalcaba en la entrevista del jueves en Antena 3: “me costó hacer el debate porque tuve que contar mi programa y el del Partido Popular”, programa que, por cierto, ni siquiera Rajoy se había molestado en leer en el colmo de la desfachatez política.
Mientras Rubalcaba anunció un plan para que durante dos años las empresas de menos de 50 trabajadores no paguen la seguridad social, Rajoy se enredó con el seguro de desempleo, y sólo después de muchas dudas matizó con tibieza y poca convicción que no lo rebajaría.
Mientras Rubalcaba anunciaba la ampliación en dos años del plazo para alcanzar el compromiso de déficit del 3%, la exigencia al Banco Central Europeo de bajar los tipos de interés para estimular la economía, convertir el ICO en una agencia financiera del Estado dedicada a dar créditos a pymes, emprendedores, autónomos y familias, Rajoy no quiso rebatir su propuesta de crear una entidad financiera que acapare los activos tóxicos de los bancos, que tendrán que pagar todos los españoles.
Suerte que los ciudadanos pudieron con contar con la capacidad de Rubalcaba, pues gracias a su esfuerzo, dialogar con Rajoy fue un poco más gratificante que hacerlo con una pared y hoy tenemos todos las ideas más claras.
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